Aquello nunca tuvo que haber ocurrido. Anser observaba con afecto el despliegue de alas de su hija, Ocarina, que escondía el extremo de su pico entre las plumas. Él formaba parte de los cuarenta gansos conquistadores y sentía orgullo al contemplar cómo se multiplicaba cada año su comunidad. Ya eran quinientos y pronto tendrían que buscar un espacio mayor. Una humana pequeña interrumpió los pensamientos de Anser con un ofrecimiento de comida. Era una especie amable. Jugaban juntos y alimentaban a los suyos. Además, limpiaban periódicamente su territorio.
—¡Padre, deme un poco! —El graznido de Ocarina llegó a sus oídos como una dulce melodía.
—Ni lo sueñes. —Anser aún tenía el pico lleno.
Ambos pelearon, entre risas, por el trozo de pan hasta que él se lo comió. La madre, junto con el resto de hermanos, se bañaba en un lago que había al otro lado del puente. Anser y Ocarina se unieron a ellos.
—Es bonito vivir aquí. —Branta estiraba su cuello con la elegancia de un cisne.
—Bonita eres tú. —Anser acercó su pico al de Branta.
Todo sucedió muy rápido, cambiando por completo el mundo que habían creado. Unos humanos grandes tenían entre sus manos a Gansela y otros amigos. Los gansos emitían graznidos con todas sus fuerzas. Anser dio la voz de ataque. Los gansos se lanzaron con picotazos contra los humanos, que huyeron. Consiguieron salvar a muchos de los hermanos de la comunidad, pero no a todos.
—¿Cómo es que solo habéis conseguido capturar a cuatro de los gansos del parque? —El alcalde mostraba abiertamente su enfado.
—Es una especie invasora que crece exponencialmente y tenemos que deshacernos de ella. Si no, acabará con otras aves, algunas de ellas en peligro de extinción —intervino el biólogo delegado de Protección de Aves Españolas—. Es una medida impopular, pero son los gansos o las demás.
—Los gansos se rebelaron —se excusaron los operarios—. Tuvimos que huir. Estamos asustados, todos escuchamos en el telediario que transmiten enfermedades.
—Cumplid con vuestro deber. Hicimos este parque para el pueblo, no para los gansos —sentenció el alcalde. Seguía sin comprender cómo habían llegado esas aves al parque y por qué no le podía haber ocurrido a su predecesor en el cargo en vez de a él.
Al día siguiente, un grupo de veinte personas acudieron al parque, situado junto al río Guadiana, con redes para capturar a los gansos. En esa ocasión consiguieron capturar a un grupo de ellos, y habrían secuestrado a más aves si los graznidos de los vencidos no hubieran alertado a los demás. Tuvieron que retirarse y algunos de ellos resultaron heridos. La prensa aguardaba, ansiosa de primicias, en la puerta del recinto.
Mientras tanto, un grupo de terrorismo medioambiental jugaba a las cartas en un garaje. Había adquirido cierta reputación con los incendios forestales provocados en otras zonas de la península.
—¿Has visto las noticias? —El líder se dirigió a su compañero, ofreciéndole una cerveza.
—No, ¿por qué? ¿Algo arde? No es época. —El joven cogió el móvil que le ofrecía otra compañera.
“Badajoz no sabe qué hacer con sus gansos: atacan a los ciudadanos y cada vez son más numerosos y agresivos. El Ayuntamiento ha pedido ayuda al Gobierno.”
—Creo que va siendo hora de jugar. —El cabecilla sonrió maliciosamente.
Branta acogía bajo sus alas a una Ocarina asustada. Anser las contemplaba. Había llamado a todos los grupos de gansos que residían en el parque. Los humanos les habían declarado la guerra en su propio territorio y debían defenderse. Era su hogar.
—¿Y si nos vamos? —Gansela señaló con el pico la pata que le habían herido en el primer intento de secuestro—. De todos modos pensábamos hacerlo.
—¡Sí, claro! ¿Y qué pasa con nuestros hermanos caídos? ¡Venganza!
Los graznidos de opiniones dispares llenaron el parque. Éste estaba sucio y oscuro.
—¡Silencio! —intervino Branta—. La venganza nunca debe ser un motivo, pero tampoco somos cobardes. ¿Qué le estaríamos enseñando a nuestras crías si cedemos ante quienes nos atacan?
—Branta tiene razón. No atacaremos por venganza. ¡Nos prepararemos para defendernos! —Anser gritó batiendo sus alas y alargando su cuello.
Era de noche. Ocarina vio unas luces cuadradas acercarse a ellos. Los demás no tardaron en darse cuenta. Anser y Branta organizaron a los suyos en filas de diez, una detrás de otra. Heces y picotazos por turnos hasta acabar con el enemigo.
—¡Los veo! ¡Allí están esos gansos!
—¡Sí, yo también los veo!
—Seremos héroes. ¡Adelante!
El pequeño grupo de terrorismo ambiental que había acudido al parque estaba formado por cinco hombres. Jamás imaginaron ser un grupo demasiado reducido para hacer frente a cientos de gansos. Lanzaron el primer cóctel molotov.
—¡Padre! ¡Madre!
Ocarina contemplaba alarmada cómo su familia y amigos caían contra aquellos humanos grandes. Llena de rabia, avisó a Gansela y le propuso una alternativa. Ella no quiso escucharla pero, cuando el número de gansos se vio drásticamente reducido, cambió de opinión. Redistribuyó a los compatriotas de las últimas líneas de combate en filas de diez, como antes, pero desde diferentes ángulos. Atacarían desde varios frentes al mismo tiempo. Era la batalla definitiva. Mientras tanto, ninguno de los bandos era consciente de que el parque se iba consumiendo en las llamas.
—Oh, ¿qué pasa? ¿Ya no sois tan valientes? —Uno de los humanos se burlaba de los gansos. Gansela solo vio que bajaba la guardia.
—¡Ahora!
De repente, el pequeño grupo de humanos se vio acorralado y sin capacidad de reacción. Apenas podían abrir los ojos o respirar bajo la lluvia torrencial de picotazos que no cesaba. Estaban asustados, querían escapar y no podían. Los gansos iban relevándose en un ataque continuo. Gansela estaba dispuesta a matarlos.
Los instantes siguientes sucedieron muy deprisa. Unos humanos vestidos de colores rojizos llegaron con mangueras de agua. Los gansos se retiraron y fue entonces cuando vieron su hogar destrozado. Otros humanos se llevaron a los atacantes en camillas blancas. Al fondo, flashes centelleaban. Allí no quedaba nada por hacer. Gansela dijo a los suyos, reunidos sobre el pequeño puente que adornaba el parque, que habían luchado hasta el final y era de sabios reconocer el momento de marcharse. Los gansos, malheridos física o emocionalmente tras la batalla, eran conscientes de que podían seguir ganando enfrentamientos con el liderazgo de Gansela. No obstante, también reconocían su autoridad y no hubo oposición a la decisión.
—Han ganado ellos: nos vamos. —Ocarina dirigió una dolida mirada a Gansela.
—No, Ocarina. En una guerra siempre pierden los dos bandos.
Gansela inició el vuelo.
Autora: María Beltrán Catalán
Comentarios
Como siempre María impresionante tu forma de dar lecciones a través de historias sencillas.
TKM
De esto se debe de sacar una lección, las guerras no traen nada bueno, siempre hay víctimas en ambos lados, dolor y sufrimiento.
Nadie es invasor ni invadido, el planeta es de todos, compartir y convivir en paz sería una buena solución.