Pedro había sido el elegido. Entre todos los escolares de aquella clase, la profesora había dicho su nombre. Él se encargaría de anotar en la pizarra el nombre de aquellos compañeros que osaran hablar. El primer minuto transcurrió en el más sepulcral de los silencios. Durante el segundo, se escuchó una voz. Identificó enseguida el acento de la chica nueva y extranjera. A ella, no la anotaría en la pizarra.
Lucía también tenía nombre propio. No la habían elegido en ninguna parte, simplemente había llegado allí. El silencio representaba un pasaporte para quien rebosa imaginación. Mientras sus iguales estaban en clase, ella había viajado a la Catedral de Sevilla. Qué bonita es. Recorría pasillos, rampas, lugares escondidos y lugares diversos... Se fijaba en los detalles de la arquitectura, de las pinturas y de todo lo que formaba parte de aquel magnífico monumento.
-¿Cómo olerá? -susurró, quien solo conocía aquella ciudad a través de los libros.
-Lucía, has hablado, te anoto -interrumpió Pedro.
Lucía se encogió de hombros.
Los demás compañeros no tardaron en retomar el murmullo de las conversaciones. Alguien le estaba contando un sueño que había tenido la noche anterior a quien se sentaba a su lado. Pedro se interesó y le pidió que lo contara un poco más alto.
Mientras tanto, en la pizarra, solo el nombre de Lucía seguía leyéndose.
El sonido de los pasos de la profesora sumió en el silencio más absoluto a la clase. Se abrió la puerta y la profesora entró, acompañada de otra persona, la cual vestía una especie de capa.
-Bien, niños, ella es Margarita -la presentó.
-Hola Margarita -dijeron todos.
Margarita se fijó en el nombre escrito en la pizarra. La profesora, también.
-Lucía, por haber desobedecido, serás la primera en salir de clase con Margarita. -Luego, se dirigió a Pedro -Muy bien hecho, puedes sentarte.
Margarita hizo un gesto, invitando a Lucía a irse con ella. No hubo preguntas, solo silencio, mientras recorrían el pasillo hasta un despacho. Allí había dos personas. Sin mediar palabra, le pusieron unas cartas en la mesa, las cuales tenían dibujos de diferentes objetos. Luego, las retiraron.
-¿Me puedes decir los dibujos que recuerdas haber visto?
Lucía no sabía que tenía que prestar atención a las cartas. Explicó, no obstante, las representaciones que recordaba.
Margarita observaba a Lucía. Para ser una chica desobediente estaba inusualmente callada y estaba respetando el proceso sin cuestionarlo, al menos explícitamente.
-Puedes regresar a clase.
Lucía se levantó de su asiento y se marchó. Nadie la siguió. Caminaba despacio. No tenía prisa por volver a la clase. Estaba apunto de regresar a la Catedral cuando una voz la sorprendió.
-Me llamo Alejandro, ¿quieres ser mi amiga?
-Me llamo Lucía. Vale.
-Tengo una idea, ¿y si te llevo a un sitio muy chulo antes de que vuelvas con esa gente?
Lucía rió y asintió.
Alejandro asió de la mano a su nueva amiga y corrió hacia una pared, tocó varios ladrillos y se abrió una especie de pasadizo. Ambos siguieron corriendo por los caminos hasta llegar a una pequeña aldea como las que salían en los libros y películas, de calles sin asfaltar y trabajos manuales. Olía a tierra mojada, a madera, a fuego, pero no tenían frío ni calor. Lucía apenas se fijó en las personas vestidas como de otra época, simplemente siguió a su nuevo amigo.
Éste la llevó hasta una carpintería, donde un señor retocaba lo que parecía la figura de un caballo de juguete.
-Señor, ¿podemos quedarnos a mirar?
-Por supuesto que no. Venid y ayudadme.
Ambos se sintieron muy contentos. Principalmente observaron, ayudando en tareas menores, pero aquella fue una de las mejores excursiones de Lucía.
De repente, sonó un timbre.
-¡Vamos, corre!
Alejandro volvió a tomar de la mano a Lucía y echó a correr, regresó a los pasadizos y, en un abrir y cerrar de ojos, literalmente, Lucía se hallaba sola, frente a la puerta de la clase.
-¡Volveremos a vernos!
Se giró, pero su amigo había desaparecido. Esbozó una tímida sonrisa. Había sido la elegida, por su nuevo amigo, para vivir una aventura insuperable, y eso no dejaba indiferente a nadie. No obstante, respiró hondo y entró en el aula con aparente normalidad.
Autora: María Beltrán Catalán (Lady Luna)
Comentarios
Buena forma de evadirse de la realidad y vivir en un mundo distinto pero real, donde te sientes a gusto y nada puede dañarte.
Nuestra mente es el mejor arma para escapar de la rutina y no permitir que nos afecte lo de nuestro alrededor
Tb estoy de acuerdo que puede ser una buena forma de evasión ante los reveses de la vida, algo sobre lo que poder apoyarnos cuando necesita nuestra mente un pequeño descanso y sobre todo una buena forma de desarrollar nuestra creatividad.
TKM